sábado, 5 de abril de 2014

Temblor de Viernes Santo

Era un día como hoy, 5 de abril. Viernes Santo de aquel año bisiesto de 1504. Hacía poco más de 50 años que el Viso, una pequeña aldea, se había desvinculado de Carmona y aún faltaban 100 años para que llegase a estas tierras alcoreñas el más antiguo de los visueños. A Sevilla había llegado como nuevo arzobispo el sustituto de Torquemada como Inquisidor General, Fray Diego de Leza, y el comercio de Indias comenzaba a ser un rico afluente de riquezas que subían por el Guadalquivir. Pues bien, dentro de este marco histórico, centrado en los Alcores sucedía esto que describe Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla:

“Entró la primavera de este año con ásperos temporales, y llegaron al extremo en Sevilla (el) Viernes Santo a 5 de abril, que habiendo amanecido el día fresco, a las nueve del día se levantó temporal tan asombroso que parecía quererse acabar el mundo, tal fue la fuerza de lluvias, truenos, relámpagos y desaforados vientos, que arrancaban los árboles y arrebataban como débiles fragmentos grandes pedazos de edificios. Tembló la tierra con tal estremecimiento que pareció no podía quedar edificio enhiesto, porque a todos se miraba dar tales vaivenes que a cada uno se recelaba total ruina. [...] El río Guadalquivir semejaba las furias del Océano, chocando unas con otras a pesar de sus áncoras y amarras las embarcaciones, y amenazaba inundar la ciudad; [...] basta lo imponderable de la borrasca y el terremoto, en que cinco veces, por sí mismas, al impuso del estremecimiento se tañeron todas las campanas de la ciudad toda, bastante ponderación de lo que balanceaba su terreno.”

Un suceso que marcaría los años venideros, tal como relata Rodrigo Caro en su Chorographia del convento Iuridico de Sevilla; recogiendo testimonio del Cura de los Palacios, el cual lo pone “en cinco días de abril, Viernes Santo, de este año de 1504, entre las nueve y las diez de la mañana del día”, añadiendo que “tembló la tierra en España muy espantosamente, y fue el mayor terremoto en esta Andalucía, y fue tan grande el espanto que las gentes se caían en el suelo de temor, y estaba como fuera de sentido; y fue de esta manera, y fue oído un muy gran ruido que iba por el aire, y junto con él todos los edificios de fortalezas, e iglesias, y casas se estremecieron y dieron dos o tres vaivenes a un cabo y a otro, uno acostándose hacia medio día y otro enderezándose.

En la ciudad de Sevilla hubo un gran terremoto, y cayeron algunos edificios, [...] y en otras muchas partes de la ciudad hubo muchos edificios estremecidos y hendidos y caídos, y asimismo en muchos lugares de Andalucía.

En la villa de Carmona se sintió este terremoto más que en toda España, [...] y en algunos lugares del Guadalquivir desde Alcalá del Río arriba fue de la manera de Carmona, así como en Cantillana, Tocina, Palma y en toda Castilla, y en Medina del Campo, donde el Rey y la Reina estaban, también fue grande espanto.”

Siguióse después de este gran terremoto y espantoso movimiento de las tierras muchas fortunas y menguas que sintió España, muchos trabajos y hambres y pestilencias y muertes, y la primera fortuna que sintió España fue la muerte de la reina doña Isabel, que murió en aquel propio año adelante en el mes de noviembre. La segunda, las innumerables y muchas aguas que llovió en el invierno los meses de noviembre y diciembre de 1504, que fueron tantas las aguas que no pudieron bien sembrar, y lo más de lo sembrado en España se perdió por muchas aguas, y de aquí comenzaron las grandes hambres, y después las secas de los años de 1506 y 1507, y la innumerable pestilencia del año 1507”.

A día de hoy tenemos total conocimiento de los movimientos de las placas tectónicas y por qué se producen los terremotos, pero imaginad el punto que alcanzaría el desasosiego en el pueblo cuando un 5 de abril de 1504, Viernes Santo para más inri, tembló la tierra. Seguramente muchos pensaron que el día del Juicio Final había llegado. El miedo inundaría el pueblo y los “astrólogos” de la época probablemente pronosticarían infinidad de maleficios y malas fortunas, que por lo visto ciertamente acontecieron; aunque piensa un servidor que se deberían más que a cualquier otra cosa a la precariedad de medios con los que afrontar el desastre natural.


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